Relatos del Viajero: El ALMACENERO

Don Aurelio Leiva a sus 90 años, aun apuesta al pueblo que lo ve envejecer. Hace 30 años decidió buscar un lugar más tranquilo para su jubilación, y fue en Mariano Moreno donde arribó con sus sueños y su negocio.

Nacido en la localidad de Chos Malal, en su juventud recorrió la provincia, como nos comentó. Por allá en 1977 vivió en Zapala, allí también tenía negocio en el Barrio Don Bosco, “Mercadito Chos Malal” en Avenida del Trabajador al N°70 que después rebautizo “Mercadito Leiva” donde trabajó con su primera esposa, quien le dio 7 hijos, hoy tienen 13 nietos y un bisnieto en camino.

“La vida me lo ha dado y quitado, pero nunca le afloje al laburo, siempre detrás del mostrador. A la vieja usanza, no uso posnet, ni tarjeta de crédito, no nada de eso” relato Aurelio.
De bajo del mostrador, gastado de tantos años están las libretas del “fiao” como él les dice que son de los clientes, mostrándoles en abanico como barajas de cartas entre sus manos. Nos dice, “Estos son mis clientes, en ellos confió. ¡Que tarjetas de crédito, ni ocho cuartos! La confianza es lo que aún perdura, un fuerte apretón de manos sella negocios que durarán durante años, así es la gente de acá”.

“Los políticos deberían darse una vuelta por estos pueblos a tomar clases de honestidad. Honestidad que ellos no tienen. Aparecen cada 4 años, solo para mentir y estafar a la gente” nos dice Aurelio.

Afuera el calor es agobiante, más o menos unos 35 grados a la sombra, y dentro del negocio, muy fresco. Tanto que es agradable estar ahí, es que el mismo edificio está construido en parte con ladrillos, y en parte con adobe como se usaba años atrás. De techos altos, ventanas y puertas de igual envergadura de doble hojas de madera, esas que ya casi no se ven.
Reacio para las fotos, no quiso posar hasta que la patrona se lo ordeno. “Este es mi sargento. Así que cuando manda, solo tengo que obedecer” se ríe. Mientras busca una pose para plasmar su figura ante mi cámara.
Cada tanto, un cliente llega y bromea con él. Afuera dos hombres de campo bajan de sus caballos, y la escena se transforma. Al traspasar la puerta del negocio, los dos hombres ataviados con sus atuendos de campo, nos hace retroceder muchos años atrás, al típico boliche de campo. Son arrieros que van de paso con destino a la cordillera. Han dejado cerca del pueblo, su rebaño de chivos.

No van a comprar a los chinos, ni al supermercado de la esquina. Solo vienen al negocio de Leiva, como nos comenta uno de ellos. Se sienten a gusto comprando allí. El arriero, saca de entre sus ropas una pequeña libreta, y le dice “le vengo a cancelar la cuenta del año pasado”, tabaco, papelillo para el armado, yerba, y algunas damajuanas. La deuda es tachada en la libreta de color marrón desgastada de tanto uso .Como nos relataba Don Aurelio Leiva, estos son unos de sus clientes. Luego de comprar y pagar la deuda, los dos hombres se suben a sus animales y se alejan por la calle polvorienta.
Conocedor de caballos, Don Leiva nos comenta que uno es un zaino colorado, y el otro es un Alazán. Pero allí no termina la cosa, resulta que el almacenero, tiene una vida antes del mostrador, y nos comenta que en su juventud fue Policía de Territorio y cabalgó por mucho tiempo por estos lugares. Aurelio pertenecía a esa policía que dejó huellas en este Neuquén profundo, donde todo estaba por hacerse, y las fronteras entre Chile y Argentina, aún les faltaba custodia.

Ese funcionario oficiaba de comisario, enfermero, partero e incluso de enterrador, aunque parezca risueño. Hace más de 50 años, la autoridad la ejercía la policía de territorio, Aurelio nos comenta que fue policía de territorio por 25 años y que se retiró con el grado de Sargento Primero, al pasar a la policía provincial.
Nos relató como algo anecdótico que para pasar a la Policía de Provincia tenía que renunciar a la de territorio. Así que el Juez de Paz, más algunos Oficiales de Justicia, divididos entre dos escritorios, decidían el destino del uniformado, en esos años. Un escritorio era para renunciar como Policía de Territorio, y el otro era para ingresar como Policía de Provincia. De esa manera Aurelio trabajó varios años más, y terminó su carrera como Sargento Primero de la Policía Provincial del Neuquén.
Era como en el Far West pero en la Patagonia.

Quien diría que el hombre que estaba frente nuestro y detrás del mostrador, había sido ese hombre rudo que enfrentaba a delincuentes y cuatreros. Incluso cabalgaba por días llevando a los detenidos a sus lugares de enjuiciamiento, o a los lugares de sus detenciones. “Muchas veces” dice Aurelio, “traslade por días y a caballo a detenidos que por lo general eran enjuiciado en Neuquén que hoy es la capital. La mayoría de los viajes eran por la cordillera donde los vehículos no llegaban, y eran por la huella. Yo era jefe de destacamento” nos relata Aurelio. “cerca de Chacaico y muchas veces tuve que ir a la cordillera a arrestar algún prófugo, y traerlo a comparecer ante el juez. Muy pocas veces tuve resistencia con algún detenido, salvo una vez que íbamos con mi ayudante desde Pilolil a Junín de los andes. Un viaje de dos o tres días, y por humanidad cada vez que parábamos a comer o hacernos unos mates, al detenido le sacabamos las esposas. Nos confiamos mucho esa vez, y resulta que el detenido agarro un facón que estaba cerca del fogón e hirió a mi ayudante, y me hirió en el brazo. Cuando estaba por tirarme la otra puñalada, le disparé con mi arma reglamentaria, el sujeto quedó herido tuvimos que trasladarlo rápidamente a Junín donde allí murió por las heridas. Lamente siempre lo sucedido, pero me enseño a no confiarme de nuevo. Han pasado los años, y aún recuerdo ese desgraciado momento.
La siesta termina y de a poco el pueblo va retomando la energía nuevamente, los chicos en la calle improvisan un picado, la vecina riega la vereda, el super chino de la avenida abre sus puertas, y el calor no afloja pero está el río que apaga cualquier temperatura de más de 40 grados. La tranquilidad de un pueblo que aún tiene sus puertas abiertas y las bicicletas sin candados.
Aurelio toma una silla desvencijada, atada con alambre de posaderas de mimbre, parece ser su favorita. Luego se sienta debajo del alero del negocio a contemplar, el atardecer.
¿Cómo le va vecino? dice alguien que pasa.
¡Y aquí me ve! Como siempre pasando la tarde. Dice Aurelio.

Retomamos el viaje, el sol en el horizonte se pone. La cordillera rojiza de un día caluroso ha terminado.
En Tres Piedras, nos detenemos para contemplar ese sublime paisaje, respiro hondo ese aire que trae aromas de campo, y al voltear la vista, a lo lejos Laguna La Solitaria de fondo Mariano Moreno y el Valle del Covunco.
Cuántas historias hay en estos lugares, cuentan almas esperando a que sus vidas puedan ser contadas. Cuantas historias, cuantas…

Nota y Fotos: Darío Martínez – Relatos del Viajero

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