Ruidos extraterrestres

No se trata de spoilear ninguna serie. Menos una que está basada en el primer libro de la trilogía de ciencia ficción “El recuerdo del pasado de la Tierra” a cuyo autor, el chino Liu Cixin, se le otorgó nada menos que un Premio Hugo en el año 2014. Los Hugo se entregan anualmente a obras literarias de los géneros de ciencia ficción o fantasía publicados en inglés, y esto es fundamental: “El problema de los tres cuerpos”, que de ella estamos hablando, fue escrita originalmente en chino y traducida al inglés en el año 2014.

Pero si esta novela (que Netflix estrenó el pasado 21 de marzo) parece muy lejana, cierta cuota de evidencia científica muestra que su autor sabía  sobre lo que estaba escribiendo; de hecho, Cixin es ingeniero mecánico, fan de las novelas de ciencia ficción, de Isaac Asimov, de Arthur C. Clarke y de León Tolstói.  En la serie, una base equipada con radiotelescopios que buscan señales de vida inteligente fuera de la Tierra es protagonista central. En la vida real los resultados se hacen esperar pero la búsqueda de vida capaz de crear una sociedad tecnificada continúa firme y fuerte.

En verdad se trata de una búsqueda que se remonta a milenios, cuyo capítulo basado en la investigación científica no comenzó realmente hasta principios del siglo XX. Los primeros esfuerzos organizados se dieron en la década de 1960 con el Proyecto Ozma, que utilizaba radiotelescopios para buscar posibles señales desde el espacio. Poco después, el astrofísico estadounidense Frank Drake formuló una ecuación que lleva su nombre destinada a estimar el número de civilizaciones potenciales detectables en el universo. Con el tiempo y los avances tecnológicos en la carrera espacial, los proyectos de una organización llamada SETI, acrónimo de “búsqueda de inteligencia extraterrestre”, entraron en escena con telescopios y algoritmos sofisticados.

 

 

 

 

Después de años de letargo y cuando parecía que era hora de bajar los brazos, la búsqueda a través de estos métodos volvió a hacerse presente, y con más fuerza. En un artículo publicado en el respetado Astronomical Journal, investigadores del Centro de Investigación SETI de Berkeley y de la Universidad de Washington (en los Estados Unidos) detallaron un método para buscar huellas de vida inteligente fuera de la Tierra en regiones específicas del firmamento. Denominado Elipsoide SETI, es un enfoque estratégico para seleccionar candidatos potenciales para “firmas tecnológicas”, signos de algún tipo de vida extraterrestre. El concepto parte de la hipótesis de que si potenciales civilizaciones avanzadas fueran testigos de un evento galáctico significativo, como una explosión estelar (una supernova), utilizarían ese evento como un atajo para enviar mensajes en forma de ruido.

La herramienta

Parece un poco complicado, pero no lo es. Lo que realmente cuenta es la intención, mucho más que el material técnico. La estrategia recurre a un seguimiento previo, amplio y continuo del cielo, ligado a la inmensa capacidad actual de escuchar lo que viene del cosmos. “La investigación innovadora ofrece oportunidades que antes no existían”, afirma la coautora del estudio Bárbara Cabrales.  La idea es rastrear regiones que estén debidamente documentadas, a partir de misiones espaciales ya realizadas y, partiendo de observaciones, determinar qué parece ser un comportamiento normal y qué no lo es. Esa anormalidad podría resultar ser el susurro de alguien o algo por ahí lejos, muy lejos. El objetivo es, entonces, cruzarse con quienes estuvieran, como los científicos de la Tierra, estudiando el evento ocurrido.

El punto de atención más reciente para los cazadores de extraterrestres (por denominarlo de algún modo no técnico) es la supernova SN 1987A, un caso emblemático. Hace unos 200.000 años, un espécimen supergigante azul explotó en la región de la Gran Nube de Magallanes, una pequeña galaxia vecina a la Vía Láctea. La luz que emanó de aquel suceso viajó por el espacio a 300 millones de metros por segundo y llegó a la Tierra el 24 de febrero de 1987, de ahí el bautismo numérico del suceso. El resplandor siguió su curso, superando al universo en expansión. Se supone que, si los científicos están en lo cierto, la luz alcanzó ya a vidas potencialmente inteligentes.

Estas civilizaciones podrían utilizar las explosiones de supernovas como un punto focal para emitir señales sincronizadas. De esta manera, podrían anunciar su presencia al resto del universo. El Elipsoide SETI trabaja con esta hipótesis. Con la Tierra en un extremo y SN 1987A en el otro, el área en forma de huevo indicaría el perímetro dentro del cual sería posible capturar registros de otros habitantes en otros planetas, dentro o más allá de la Vía Láctea.

 

 

 

En su trabajo, los investigadores han mostrado que el método del elipsoide SETI puede beneficiarse de diferentes fuentes. Es capaz de utilizar las encuestas astronómicas (campañas de observación) continuas de grandes regiones del firmamento. Esto mejora enormemente la capacidad de detectar posibles señales, teniendo en cuenta un margen de error, que está básicamente vinculado con el tiempo.  ¿Por qué? En todo este ida y vuelta es necesario compensar la incertidumbre respecto del momento de llegada de esas señales. Es decir, el tiempo que los investigadores tardarían, desde la Tierra, en ver la señal emitida por alguna civilización no terráquea. Por lo que se da un margen de error o de espera de entre medio año luz y un año luz.

Cabrales y equipo analizaron los datos de la zona continua de observación del telescopio TESS (por Transiting Exoplanet Survey Satellite), que rastrea nuevos exoplanetas o planetas extrasolares, siguiendo los pasos del telescopio Kepler. Dicha zona cubre el cinco por ciento de todos los datos recogidos por el telescopio en los tres primeros años de su misión. Luego, los investigadores utilizaron los datos de ubicación en tres dimensiones del satélite Gaia. Específicamente, los contenidos en el catálogo Early Data Release 3. Este análisis les permitió identificar 32 objetivos primarios en el elipsoide SETI. Este elipsoide cubría la zona de observación continúa de TESS en el hemisferio sur celeste.

Optimismo

El primer examen de las curvas de luz recogidas por TESS, durante el período de estudio, no mostraron que hubiera  ninguna anomalía (una anomalía que podría ser la emisión de señales desde otro planeta). Sin embargo, permite establecer la base del trabajo para expandir la búsqueda a otras encuestas astronómicas.  “Las incertidumbres de tiempo típicas involucradas son de un par de meses, por lo que queremos cubrir nuestras bases encontrando objetivos que estén bien documentados en el transcurso de aproximadamente un año. Además de eso, es importante tener tantas observaciones como sea posible para cada objetivo de interés, de modo que podamos determinar qué parece un comportamiento normal y qué podría parecer una posible firma tecnológica”, comentó Cabrales.

Un estudio publicado a fines del 2023 sugiere que una civilización alienígena dotada con una tecnología de observación astronómica similar al Telescopio Espacial James Webb podría identificar rápidamente las señales químicas de la actividad humana en la atmósfera terrestre, aún estando a una distancia tan enorme como a 50 años luz de distancia de la Tierra.

Hay cierta euforia entre los investigadores de este campo, dada la enorme riqueza de bases de datos recopiladas de observatorios y misiones promovidas por la NASA. Hay una certeza: la civilización que llegó a la Luna y planea aterrizar en Marte, la civilización que creó la bomba atómica y las sinfonías de Beethoven, nunca tuvo tantas herramientas para buscar a otros seres vivos fuera de la Tierra. Ahora la aguja puede buscarse en un pajar más circunscrito. “Cualquier técnica que pueda ayudarnos a priorizar dónde buscarlos representa esperanza -dice Sofia Sheikh, de SETI-. La posibilidad que acabamos de anunciar es un precedente emocionante para los próximos grandes pasos”

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